I cannot be your friend


Estamos en la terminal de llegadas de un aeropuerto cualquiera de una ciudad cualquiera. Llega una media de diez vuelos a la hora, lo que hace una media de mil personas saliendo cada hora de una puerta que es un umbral a muchos mundos.

Gente que vuelve, gente que llega, gente que ríe, que llora, que viene contenta o que trae a la espalda el peso de una mala noticia. Por esa puerta entran cada hora mil historias distintas, de todo tipo, de cualquier naturaleza, una por cada persona. Ahora, vamos a entender y sumergirnos en alguna de ellas.

Pía tiene un nombre curioso, sí. Su madre tuvo un momento de inspiración en el registro y se quedó con un nombre que es un verbo referido a un pájaro o dicho de una persona, devota.

Pero Pía no acaba de bajarse de un avión por nada que tenga que ver con su nombre. Pía se subió a ese avión enamorada como una idiota... y decepcionada como una persona demasiado inteligente (y con muchas expectativas). Decidió huir de su pequeño pueblo, desapareciendo por unos días de la vida de absurda monotonía que, teme, seguirá llevando durante un tiempo. Porque Pía, a pesar de todo, se enamoró como una adolescente de alguien que no quería enamorarse de ella. Porque no, no quiso. Y a Pía le rompieron el corazón. Pero cada cosa a su tiempo.

Pía se acerca a la cinta de equipaje, de donde debe salir la maleta verde y sucia que lleva con ella más de quince años. La espera con algo de pena, porque sabe que cuando la coja, se acabará la tregua, cruzará la puerta de llegadas, y volverá a su vida de siempre. A su dolor de siempre.

Viene de pasar unos días de tranquilidad en una pequeña isla perdida en el océano, a la que siempre estará agradecida por haberse convertido en un refugio apresurado. No se había planteado ir, no en aquel momento, pero en un impulso repentino, se vio con los billetes en su correo electrónico y la reserva del coche y del apartamento hecha.

Durante tres días se ha dedicado a dormir sin hora, a pasear por callecitas medio vacías y a comer cerca de mar cualquier cosa que encontrara en el supermercado pequeño de la esquina. Ha aprovechado también a darse baños a destiempo en cualquier calita o playa escondida, y a conducir sin rumbo con la música muy alta.

Y a pensar. Sobre todo, a pensar. En él, cómo no.

Él.

Le conoció por unos amigos en común, haciendo alguna de las cosas que tanto le habían gustado a ambos y que les habían hecho conectar como amigos de inmediato. En aquel momento, él tenía pareja y Pía todavía intentaba superar una de esas decepciones difíciles de olvidar. Qué iba a saber ella que luego vendría otra peor.

El tiempo los había ido uniendo hasta el punto de convertirse en uña y carne y claro, inevitablemente... Las cosas se empezaron a confundir. Al final, entre idas y venidas, épocas de "mejor solo amigos" y otras de "solo sexo pero no amigos", habían pasado casi tres años de dudas, lágrimas e indecisión.

Pía lo tenía claro desde el principio. Era ÉL, con mayúsculas. Parecía perfecto para ella en todos los sentidos, y era una de las pocas personas con las que podía hablar de absolutamente todo. Compartían valores, gustos, experiencias vitales, ideas de futuro y hasta algunas habilidades innatas. Era tan absurdo lo perfectos que parecían el uno para el otro, que Pía no entendía dónde había estado él durante toda su vida.

Sin embargo, desde el principio algo no fue bien cuando él se echó atrás con ella antes de la primera cita (como tal). La excusa fue que no quería estropear la amistad. Esa fue solo la primera de muchas banderas rojas que ella no supo ver. Por el camino quedó también una tercera persona que hizo que Pía se alejara hasta el punto de desaparecer de la vida de él. No podía verlo con otra persona. A él, no.

Él nunca fue consciente de lo mucho que le dolió aquello a Pía. De lo profundamente rechazada que ella se había sentido cuando lo vio saludar a otra con un beso en sus propias narices, sabiendo de los sentimientos de Pía. Aquello fue la gota que colmó el vaso para ella, que huyó sin mirar atrás. 

Para él fue un abandono en toda regla. Para Pía, la única salida si quería mantener su salud mental.

Pero el tiempo pasó, las cosas cambiaron, y volvieron a acercarse. Ella no podía estar lejos de él, por supuesto, y aunque no sabía qué sentía él, que hubiera vuelto a ella le parecía razón suficiente para intentarlo de nuevo.

Y las cosas y los días pasaron, y su relación seguía en el mismo punto. Hasta que él le dijo que había llegado el momento de parar. Al parecer, no era capaz de enamorarse y no se sentía bien con esa relación ambigua y en tierra de nadie.

Pía vio de nuevo la herida abierta. Abierta y siendo rociada con alcohol, sin ningún tipo de cuidado y acercándose un hierro al rojo vivo.

¿Qué le quedaba entonces a ella? ¿Qué iba a hacer con todo ese amor que aún le faltaba por darle? ¿Con todos los planes que habían hecho, los sitios a los que querían ir, las cosas que querían disfrutar juntos? ¿Qué iba a hacer ella con las ganas, con el cariño que le brotaba del pecho a borbotones y que empujaba para salir para abrazarse a él? A él. A ÉL.

¿Qué le quedaba ahora?

Se sintió de pronto pequeña, una niña rechazada por el niño de su vida cuando tenía seis años. Se sintió la adolescente rechazada por gorda, la chica de diecisiete años fea y gafotas con la que era mejor no pasar mucho tiempo.

Se sintió vulnerable, idiota, cabreada, humillada. Pero no le dijo nada de eso a él. Solo pudo decirle "no te vayas, por favor". "No te vayas", como aquella canción que tantas veces le había cantado cuando estaba contenta.

Y así acabó una tarde cualquiera, cuando él dijo que se salía de un plan que habían organizado con sus amigos en común, comprando por inercia o por impulso, aquel billete a aquella islita casi desierta.

Ella, que había conseguido tantas cosas por sí misma, que había salido adelante tantas veces sin ayuda, que era independiente, inteligente, curiosa y disciplinada. Ella, que hacía tantas cosas sola por elección y que siempre intentaba ser leal a sí misma, se veía ahora como una niña desamparada porque la persona que más quería había decidido no quererla.

Sintió rabia, decepción, impotencia. Se sintió manipulada, humillada, y profundamente sola. Muy, muy sola, sin él.

Y mientras pensaba en todo esto, estaba sentada en la terraza del pequeño apartamento que había alquilado en aquella isla. En una mano, una Coca Cola Zero sin cafeína. En la otra, un bolígrafo y una libreta cerrada.

Tras dar un sorbo a la bebida, puso la libreta sobre la mesita de la terraza y cogió el móvil. Entró a Spotify, buscó y encontró su lista favorita de grandes éxitos de Taylor Swift. En aleatorio, sonó una de las canciones y pensó que le vendría al pelo. Entonces cogió de nuevo la libreta y escribió:

"Querido incendio, porque eso es lo que siempre fuiste para mí:

No puedo ser tu amiga. Te lo escribo así, cruel y de frente, porque creo que ya no podemos estarnos con rodeos a estas alturas de la historia.

Lo siento, créeme. Lo siento mucho.

Pero no puedo ser tu amiga, ¿no lo entiendes? No puedo quererte menos, no puedo hacer como si todo hubiera sido platónico, no puedo ignorar los recuerdos de todo lo que ha pasado entre nosotros. Yo no puedo pedirte que me quieras más, o que me veas de la forma en que me gustaría que lo hicieras. Siento mucho que eso no pueda cambiar. Pero entiendo que ni quiero ni puedo ser tu amiga. Ni ver cómo eliges a otras personas aún sabiendo cómo me siento yo, cómo te quiero yo, y lo mucho que significas para mí. No es justo para ti ni para mí, porque yo siempre esperaré más y tú terminarás aprovechándote de eso.

Ya he pasado por eso de intentar ser tu amiga cuando más te quería, y tuve que verte con otra persona. Siento mucho haberme ido, sabes que lo siento, pero hay algo tremendamente humillante en ser amigo de alguien de quien estás enamorado, y luego tener que verlo con alguien más, pretendiendo alegrarte. Saber que esa persona es consciente de lo que tú sientes y que aún así no te elige y te lo hace saber de la forma más dura... Eso me impidió alegrarme por tu de una forma egoísta, sí, pero también honesta conmigo misma.

Y ahora, que volvemos a estar en la situación en la que tú prefieres aprovechar tus días sin mí, sin incluirme en tus planes, yo prefiero plantarme.

Tengo más claro que nunca que no puedo estar en tu vida en estas condiciones que me ofreces, y no quiero tenerte en la mía sin poder tenerte. Así, tal cual, no te lo puedo negar. Como leí alguna vez, no quiero que vuelvas por el simple egoísmo de echarme de menos. Quiero que vuelvas porque te has dado cuenta de que tu vida sin mí no vale la pena, porque nada tiene sentido si yo no estoy, y porque no soportas la idea de no tenerme cerca.

Te quiero con toda el alma. Y me duele profundamente admitirlo cuando tú me has repetido hasta la saciedad que nunca has sentido lo mismo. 

Por eso tengo que decirte adiós. O hasta luego. Porque me duele la idea de alejarme de ti, pero no puedo más. Mi salud mental y física me están pidiendo a gritos que me vaya de ti. Sí, otra vez.

No te abandono, a pesar de lo que puedas estar pensando. Pero necesito irme de ti. Estaré aquí si me necesitas porque es algo que te prometí, pero por favor, dame este espacio. Lo necesito, y tú también.

Lo siento, lo siento, lo siento mucho.

Te quiero y siempre te querré. 

Pía 30-01-24".

Ahora, mientras espera la maleta en el aeropuerto, nota el peso de las hojas de papel guardadas en su bolso. No tiene ni idea de qué hacer con ella. No tiene ni idea de qué hacer consigo misma. 

El pequeño viaje, que pensaba que le aclararía las ideas, solo la ha dejado aún más confundida.

Lo único que resuena en su cabeza con claridad es un simple "no puedo ser tu amiga".

Y, ¡por fin! Ve aparecer la maleta verde, ya sucia de tantos viajes, y la coge con una sola mano mientras, con la otra, coge el móvil que acaba de vibrar en su bolso.

"Mierda", piensa.

Porque, cómo no, el mensaje es de él.

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